martes, 10 de mayo de 2016


Seis días viendo largometrajes a una media de cinco por día no está nada mal. Cuando me propusieron formar parte del jurado de Amnistía Internacional no imaginé la prueba de resistencia a la que me iba a someter. Y sin embargo, lo confieso, volvería a ir a pesar de la cantidad y de la temática del Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián: denunciar las diferentes violaciones de derechos humanos que sufren personas vulnerables a lo largo y ancho del llamado planeta Tierra.
Precisamente, sobre el planeta que habitamos trataba uno de los films más esperanzadores de los que vimos: Mañana. Recién estrenado el pasado día 29 de abril, de nacionalidad francesa y aclamado por la crítica y por el público, desprende buenrollismo por todos sus poros y deja claro ese mensaje que necesitamos oír: todavía estamos a tiempo de evitar el desastre que aboca a mayor pobreza y desigualdad con sus consabidas violaciones de derechos.

Otro film que vimos y ya está en la gran pantalla es El Caso de Fritz Bauer. Más que recomendable por lo que deja entrever de una de las figuras claves a la hora de llevar a la justicia, en la propia Alemania, a los criminales nazis que no solo huyeron al extranjero sino que sobre todo se diluyeron dentro de la propia sociedad alemana tras la Segunda Guerra Mundial: el fiscal alemán Bauer. No esperen a que se ponga de moda para saber más de él.
Que sabemos poco de qué fue del nazismo tras la Guerra Mundial también nos lo dejó claro Land of Mine. Una película que cuenta la historia de los prisioneros de guerra a los que la Dinamarca vencedora obligó a desenterrar las minas que los propios alemanes habían colocado en sus playas. La sorpresa fue comprobar que aquellos nazis perdedores eran prácticamente unos niños que deseaban volver a casa, ser fontaneros y llamaban a sus madres cuando quedaban moribundos tras estallarles una mina entre las manos. Resulta chocante comprobar en carne propia cómo los estereotipos que nos inyectan nos colocan automáticamente en uno de los lados de la Historia cuando los derechos humanos no tienen bando, y mucho menos 'banda'.
Sin embargo, las violaciones de derechos sí tienen colectivos 'predilectos', algo que pudimos comprobar durante el Festival: las mujeres que viven en la más dura exclusión social de la Unión Europea (Mallory) o las que son víctimas de la trata con fines de explotación sexual en Las Américas (Chicas Nuevas); las personas sin hogar (Gente dei Bagni); las niñas que son forzadas a contraer matrimonio porque sus familias no pueden mantenerlas (Diez años y divorciada), los inmigrantes cuyo proyecto vital se desvanece en un sistema sin alma (Mediterránea) o los que mueren delante de nuestros ojos bajo una lluvia de pelotas de goma (Tarajal) y las personas refugiadas, por supuesto. Fue impactante comprobar la crudeza del éxodo que narran en The Crossing un grupo de amigos sirios cámara en mano. La cercanía por edad, educación, situación familiar, intereses... se convierte en un arma punzante que provoca una enorme tristeza mezclada con rabia e impotencia, máxime cuando la situación que ellos vivieron ha empeorado con creces en los últimos meses con el Tratado (ilegal e inhumano) que la UE ha firmado con Turquía.
Pero ni todo está perdido ni se puede ceder un ápice de ánimo vital ante las violaciones que sufren millones de personas. Esto es algo que refleja muy bien La Prenda al narrar la lucha resilente (y desde los derechos) de las jóvenes que son torturadas y de sus familiares cuando éstas son, además, cruelmente asesinadas en Guatemala donde la impunidad de estos crímenes incrementa esta violencia en número y en grado. Es posiblemente, el documental que mejor reflejó el mantra de los defensores de Derechos Humanos: Verdad, Justicia y Reparación, y el que más claro explica por qué las mujeres sufren en mayor medida las violaciones de derechos humanos: "lo que a un hombre se le hace antes de matarle, en una mujer se multiplica cruelmente".
Pero a todo esto, y tras 21 largos con sus correspondientes cortos, estábamos allí para dar un premio: el de Amnistía Internacional. El galardón que se lo llevó un brillante documental, Among the believers, que con enorme maestría nos acercó a una realidad sumamente compleja y distorsionada por los medios de comunicación y los discursos políticos: la de la violencia del islamismo radical y sus efectos en la población civil. No hay justificación posible para los abusos y los ataques intencionados e indiscriminados contra la población pero tampoco hay excusas que lleven a los graves retrocesos en materia de derechos humanos que estamos viviendo y que usan el pretexto de luchar contra el terrorismo.
Y ¿qué es un premio sin sus agradecimientos? Es cierto que yo no lo recibía pero no es menos cierto que del jurado de esta edición yo solo represento una quita parte, y que sin Paka Díaz, Asier ArrietaNerea Cabrera e Irene García, la experiencia hubiera sido muy distinta. Ahora ya tenemos un grupo de whatsapp y hasta nos echamos de menos. Así somos los humanos, tendentes a apoyarnos y apreciarnos, máxime ante la dificultad. Por cierto, si todo ha sido posible por séptimo año consecutivo es por el trabajo de Edurne Bajo y el equipo de Amnistía Euskadi. Gracias.