Conozco a un pequeño de 3 años llamado Daniel
que cada vez que ve un árbol lo da un gran abrazo.
Acerca su pequeño cuerpo al tronco -sea éste del tamaño que sea-
y lo abraza fuerte mientras sonríe como si reconociera a un amigo de la familia.
A nadie termina de extrañarle, más bien todo lo contrario, resulta muy entreñable.
Nos contagia su sonrisa, y nos miramos unos a otros reconfortándonos por la inocencia
que le hace no dudar de que el árbol es un ser que está vivo y que respira.
Es conocida la creencia de que cuando abrazas un árbol
se descargan los problemas y angustias que uno soporta para recibir de él
la fuerza de la Energía Universal que nos renueva y sana.
Sin embargo, no sé que pensaríamos si éste pequeño -y mágico ser- llamado Daniel,
al crecer, en vez de darle un abrazo al árbol, besase sus hojas con delicadeza y mimo,
expresándole un amor más adulto pero no menos decoroso y respetuoso.
No menos natural y mucho más equilibrado para ambos dos.
para dar comienzo a un nuevo paradigma en nuestra relación con los árboles:
besar sus hojas además de abrazar sus troncos.
¿Resultaría demasiado atrevido?
Espero que no, al fin y al cabo este es un Planeta Libre, ¿no?
dirigida por Coline Serreau, y
que en su momento fue prohibida por la U.E.
y que muchos catalogan como "vissionaria"