sábado, 16 de junio de 2012

De cuando la bañista resultó ser una naúfraga

Dice algún diccionario que el náufrago es aquel que, encontrándose en una embarcación, es víctima de un naufragio. Por tanto, estamos ante un naufragio cuando la embarcación se pierde mientras navega, se destruye y el viaje fracasa. El náufrago que lo pierde todo menos la vida, en el mejor de los casos es rescatado y puede continuar con su viaje vital, y en el peor se desorienta en medio del mar y busca llegar -bajo riesgo de extenuación y de muerte- a tierra firme. En medio del mar siente el terrible peso de la "mortalidad" al tener que enfrentarse en solitario a la inverosímil misión de sobrevivir.

Recientemente, me encontré con un cuadro en el Museo Picasso de Málaga denominado "Bañista". Al observarlo -y posiblemente bajo numerosos condicionamientos- yo sólo veía a una mujer que, víctima de un naufragio, trataba de mantenerse a flote, de no ahogarse en las aguas profundas de un mar mucho mas fuerte e imprevisible que ella, y que de un momento a otro la iba a zambullir bajo la mirada ajena de los visitantes que pasábamos por delante de ella.


"Bañista" dice el pequeño cartel que hay en la pared. Sin embargo, yo seguía viendo a una mujer pidiendo ayuda, brazos en alto, tratando de flotar tras el naufragio de su embarcación. Una mujer cuyas fuerzas se agotan y que sufre la terrible angustia de que nadie sabe donde está. Y por eso nadie la podrá rescatar.

Algo parecido viene pasando con los denominados "nuevos perfiles de la exclusión social". En el mejor de los casos, ciudadanos honrados y comprometidos tratan con empeño -y hasta con rigor- de alarmar sobre los naufragios que vienen dándose y de los cientos, y hasta miles de náufragos que se quedan a la deriva. Estos ciudadanos que -contando las excepciones- no representan ni a las ongs o las entidades del Tercer Sector, y ni mucho menos a los tres poderes fácticos que deben velar por nuestro Estado de Bienestar Social: el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial. Ciudadanos y ciudadanas que se representan a sí mismos, y han dejado en casa la vanidad para enfundarse de "sentido y sensibilidad", o mejor dicho SOLIDARIDAD. 

La respuesta oficial ante el efecto casi virulento de todos estos naufragios no es localizar uno a uno a estos seres humanos y sacarlos de las aguas del mar, o ver en qué isla desierta se encuentran ya bajo riesgo de asilamiento y olvido social (también llamado exclusión social). La respuesta es hacer nuevos barcos para meter a más personas en ellos a riesgo de que se conviertan en nuevos náufragos. Lo único que parece cambiar es que en vez de hacer más en cantidad, éstos serán mayores en capacidad, más grandes.

Leo con estupor que la ultraderecha en Grecia se acerca a cada una de las casas de las personas griegas que sufren un robo, una agresión o simplemente las secuelas de la crisis. Uno a uno se acerca a los náufragos griegos y los atiende. Los lleva a tierra firme no sin condiciones: llenar el vacío que siente cada una de estas personas y transformar su enfado y frustración en odio hacia los inmigrantes, los homosexuales, las mujeres... hacia un orden que se había establecido en base a los derechos humanos y a un bienestar social  que ahora suena a cuento chino medieval y feudal.

Sin embargo, localizar una a una a cada una de las personas naufragas de esta crisis es necesario por humanidad, y es posible porque el reparto de la riqueza es desigual. Pero eso requiere no sólo esfuerzo, atención, dinero, rigor y detalle... sobretodo exije desinterés y generosidad por parte de los "salvadores". Una parte de esta crisis, la social, la de los valores, sólo podrá superarse cuando se sea capaz de rescatar a las personas y no a las entidades o entes que naufragan en pleno viaje repletos de pasajeros que pagaron su billete y confiaron en que de ese modo iban a llegar a su lugar de destino.

Hacen falta personas desinteresadas, es decir sin intereses ni condiciones, que estén dispuestas a localizar a cada uno/a de los náufragos de los hundimientos de los últimos años. Y si bien desgraciadamente, ni el Tercer Sector ni la Administración Pública parecen reunir estos requisitos, hay personas que -a título individual y ejerciendo de ciudadano o ciudadana, trabajen o no, manden mucho o poco, de una clase social u otra- localizan a cada uno de esos náufragos y se preocupan no tanto de salvar el barco que se hunde sino de repartir salvavidas entre los pasajeros que sufren este naufragio para que lleguen a tierra firme. Porque lo que nadie nos dice es que hay tierra firme más allá de este mar de primas de riesgo, inversores y mercados, y sino que se lo pregunten a los islandeses. Bueno, esto ya lo hizo Jordi Evola en el programa Salvados.