domingo, 13 de mayo de 2018

Señalar con nombre y apellidos, ¿es ese el camino?

Foto: Violeta Assiego
No creo que las redes sociales sean el medio para hacer justicia, conocer la verdad y para que las víctimas tengan una reparación efectiva. Sin embargo, las redes están teniendo una función clave a la hora de dar a conocer aquello que hasta ahora se ha venido callando y reprimiendo: las violencias sexuales contra las mujeres. Las redes sociales, no solo en España, se han convertido en el espacio donde las mujeres –negada y atacada nuestra libertad sexual por quienes deben protegerla– hemos encontrado la libertad para contar y la sororidad de hacerlo sin miedo. A través de Twitter, Facebook e Instagram se ha logrado que se deje de ningunear un problema que pone al descubierto que ante los próceres de la sociedad patriarcal ser mujer es sinónimo de dominación, abuso y castigo.
A pesar de todo esto, o precisamente por todo esto, no puedo celebrar los señalamientos que han tenido lugar esta última semana a hombres, con nombre y apellidos. Miro con cautela, que no con desconfianza, la denuncia pública que han protagonizado multitud de mujeres anónimas. Era de esperar que pasara algo así al constatar con  el #Cuéntalo (por si quedaban dudas) el abanico de violencias que sufrimos las mujeres. Acoso, abusos, agresiones, humillaciones y maltrato son experiencias demasiado frecuentes, y la hartura, indignación e impotencia que provocan necesitan canales por los que aflorar. Pero, a mi juicio, no es una buena noticia que uno sea a través de señalamientos cómo los que han tenido lugar estos días.

Hay puertas que solo deben traspasarse cuando es posible abrir otras que aporten información suficiente del contexto y de los hechos como para que nadie confunda lo que es Justicia con lo que es una cacería. Esa fue una de las lecciones que nos dejó el #MeToo. El poder de las redes sociales para probar que detrás de cada agresión hay un hombre perfectamente identificable no es producto de la arbitrariedad sino de una investigación más profunda. En  el #MeToo fue un trabajo periodístico que no solo reforzó la veracidad de la cascada de denuncias contra el productor Harvey Weinstein, sino que abrió la puerta a la justicia y reparación tomando con ello distancia de lo que podía haberse convertido en un pasajero escarnio público.
Si traspasamos la línea de señalar tenemos que estar muy seguras de que no se termine por justificar una práctica, la de la delación motivada en la venganza, que la Historia nos ha demostrado que tiene un claro efecto boomerang hacia los derechos y libertades individuales. La línea que separa esta forma de señalar de su uso totalitario y abusivo es muy muy frágil, y si lo que se busca es causar un daño social a un sujeto en particular, me surge la pregunta de si la lucha feminista quiere prestarse a esto. Yo personalmente como activista de los derechos humanos, con mi perspectiva de género e interseccional, no.
Hay que acabar con la impunidad y la complicidad en las violencias machistas. Se ha roto el silencio y ello sirve, como dicen Nuria Varela y Beatriz Bonete, para revertir ese “proceso patriarcal” y que “digamos en voz alta 'a mí me ha pasado' y que los hombres sean conscientes". Estamos en un camino que no tiene vuelta atrás: la huelga de cuidados del 8 de marzo, las manifestaciones masivas en las calles, las alianzas de mujeres dentro de profesiones especialmente machistas como por ejemplo el periodismo o la judicatura, la viralización de hashtag que traspasan fronteras, la alteración de decisiones que hasta ahora se tomaban sin tener en cuenta a las mujeres... y, sobre todo, las mujeres en todas partes, hartas y empoderadas, que plantan cara al machismo más cotidiano sin el miedo que hasta ahora las atenazaba. Y es en este empoderamiento en el que yo puedo entender estos señalamientos, pero tal y cómo se han dado no, no me han gustado. No, si se quedan en eso porque otra cosa es lo que propone la cuenta de Instagram @follografos, donde fotógrafos y modelos se unen para denunciar judicialmente a "fotógrafxs" que utilizan la cámara para ir más allá de una simple sesión de fotos.
Por eso, lo sucedido la semana pasada no puede restarle ni un ápice de importancia a la necesidad de que los feminismos (usando también las redes sociales) sigan señalando un camino de disidencias y desobediencias al patriarcado, pero una cosa es eso y otra volverse su aliada. Para quienes pensamos que la violencia siempre es patriarcal, lanzarse a señalar así, sin paracaídas ni red, con o sin razón, también es (desde un enfoque de derechos) una forma de ejercer violencia. Por mucho que haya machistas que pensemos que se merezcan “su propia medicina”, esta revolución no será producto de una guerra, sino de la conquista de una transformación social, real y feminista que, en su momento, con las garantías necesarias, hará que cambien las reglas y respondan con nombres y apellidos quienes están haciendo tanto mal. Solo es cuestión de tiempo y este sopla a nuestro favor.