viernes, 12 de junio de 2015

Aunque ya se haya escrito todo sobre #PedroZerolo, todavía queda mucho por hacer


Fotografía de Enrique Anarte del acto celebrado el martes 9 de junio en Chueca
Hay personas a las que admiras hasta que las conoces. La vida es así. Hay personas que es mejor no conocer para poder seguir “idolatrando” su obra, su imagen, sus libros, su discurso,.. Pero hay otra gente a la que se admira y que cuando se la conoce, resulta que se la empieza a apreciar de verdad. Y es entonces, cuando una hasta se olvida de quien era aquel ser soñado al que se miraba desde abajo. Eso es lo que me ha pasado a mi con Boti García Rodrigo, a quien aprecio más que admiro, aunque no dejo de admirar ahora que sé exactamente por qué hacerlo.

El otro día, cuando Nayra (otro ser de esos que la vida regala) empezó hablando de Pedro Zerolo mencionando a Boti García Rodrigo, confirmé lo obvio, ambos dos son de la misma escuela. La escuela de la lucha poética que no excluye a nadie. La escuela que cambia y transforma las cosas porque no se olvida de nadie y cuenta con todos.



Yo no conocí a Pedro Zerolo en un plano personal. Le vi de cerca, muy de cerca. Le observé entre bambalinas, en los pasillos, en los momentos informales donde se descubre quienes son los divos, los que están de paso y los que quieren figurar. Para nada ese era el caso. Pedro Zerolo era magnético como dice alguien que yo me sé (aunque no lo dice de él). Su magnetismo se gestaba en su sonrisa y en su aspecto inofensivo y amigable. Cuando tu mirada se cruzaba con la suya, daban ganas de saludarle más que nada porque te sonreía como diciéndote ven.

Sin duda, Zerolo no era de esas personas que era mejor no conocer para seguir admirando. En absoluto. El no haber entablado una relación con él más allá del saludo y los encuentros es de esas cosas absurdas que yo solita me perdí, porque él accesible era y un rato. Zerolo no era de los que estaba de paso, se quedaba y, además de hablar, escuchaba.

Supongo que esta idea, la de que Pedro Zerolo no ha estado de paso, es la que de una forma u otra queda en el imaginario colectivo. Hace pocos días Carmen López me contaba como su hijo de 6 años (casi 7) pensaba que habría que dar superpoderes a las personas que hicieran cosas buenas por los demás. No es mala idea, pensé yo. E imagino que según eso, un superpoder que Pedro Zerolo adquirió en vida es -que a partir de ahora- cuando se le nombre se le asociará con lucha, felicidad, dignidad y esperanza, y automáticamente inspirará a otros a hacer cosas buenas por los demás, que dicen los niños.

Sea como fuere queda mucho por hacer, ni más ni menos que “acabar con todas las formas de homofobia, bifobia y transfobia que existen”, que dice Boti García Rodrigo. Y eso, queridas y queridos lectores, se traduce en que nos dejen vivir como queremos, que es algo que todavía no se ha terminado de conseguir en ningún país del mundo, incluido España.

Así que, a por ello, que el que lucha por todos su mal espanta... y de paso hace mucho bien a los demás.