martes, 6 de octubre de 2020

El problema no son los locos, son los fascistas

 

Foto: Hernán Piñera

"Ayuso NO está loca. Igual que aprendimos a no excusar a los maltratadores por enfermos, porque sabemos que no lo son: son hijos sanos del patriarcado...; Ayuso no está loca, es una hija sana del neoliberalismo. No es su salud mental, es su ideología. No es locura, es capitalismo". Este tuit que publicó Marta Plaza hace unos días me volvió a colocar delante de mi propio espejo frente a la estigmatización inconsciente y continua que hacemos de las personas que tienen algún tipo de problema de salud mental y de esta cuando enferma. Si no siguen a Marta en twitter o no la han leído hasta ahora, háganlo y entenderán por qué es una de las voces más legitimadas para hablar del sufrimiento psíquico que provoca en las personas que tienen algún tipo de problema de salud mental el estigma que se asocia a los diagnósticos psiquiátricos.

No somos suficientemente conscientes –al menos yo no lo soy hasta que no me paran en seco para ponerme frente al espejo de mi propia ignorancia e infundados prejuicios– de lo fácil que nos resulta usar términos como "loco", "paranoico", "psicótico", "bipolar", "borderline", "esquizofrénico" ... para (des)calificar a quienes con su comportamiento, su discurso o su forma de actuar nos resulta una persona peligrosa, preocupantemente insensata o fuera de control. 

Ahondamos de esa forma en un estigma que hace que la vida de quienes tienen algún tipo de problema de salud mental sea mucho más difícil, complicada y violenta. Gran parte de su vulnerabilidad y de su sufrimiento es producto de ese estigma, de ese rechazo, de ese desconocimiento cruel que proviene de quienes creemos tener el dominio de la cordura, de esa verdad tan falsa. Quizá es buen momento para recordar que, según la Encuesta Nacional de Salud de 2017, una de cada diez personas mayores de 15 años sufre algún problema de salud mental. Falta de conciencia o de sensibilidad, falta de respeto, en cualquier caso, hacia los problemas de salud mental y las personas que los padecen. 

De esta forma nos convertimos en parte del problema. Cuando hacemos esa asociación errónea ignoramos la realidad de muchísimas personas cuyo diagnóstico psiquiátrico, más allá del problema en sí de salud mental, es el que les está abocando a situaciones inimaginables de maltrato y violencia, especialmente institucional y de ese entorno cercano que podría y debería (deberíamos) ser su apoyo y refugio. 

Estas semanas, estos meses, venimos escuchando esa asociación en multitud de representantes de la clase política cuando no, directamente, la hemos oído del líder de la oposición al llamar "sociópata" al presidente del Gobierno. Entre las últimas políticas señaladas en redes sociales y conversaciones informales ha estado, efectivamente, Isabel Díaz Ayuso por cómo esta gestionando la pandemia en la Comunidad que gobierna. Pero no hace tanto tiempo lo soltamos (o lo pensamos) cuando Macarena Olona gritaba en la tribuna del Congreso de los Diputados aquello de "la violencia no tiene género". Surge de forma automática, sin pensarlo hacemos esa asociación entre "persona peligrosa" – "locura/problema de salud mental" y nos equivocamos. Nos equivocamos y herimos a quienes tienen algún problema de salud mental.

Hace dos años (aproximadamente) la Confederación de Salud Mental España pidió a 'Gran Hermano VIP', a través de su cuenta de Twitter y ante una refriega de lo más desagradable entre los concursantes, que no se usasen "como vejación, insulto, acusación y desprecio" determinados problemas de salud mental. 

Tomar conciencia del uso prejuicioso que hacemos de esta falsa creencia es importante por varios motivos. Primero, porque daña a las personas neurodivergentes, es una agresión directa hacia ellas, hacia su dignidad y su integridad. Segundo, porque urge que nos desmarquemos de esa cadena de producción de prejuicios que es resistirse a usar las palabras adecuadas por no reconocer que nos estamos equivocando y estamos hablando sin empatía ni sensibilidad. Y, por último, porque al hacerlo estamos excusando de responsabilidad a quienes actúan, no fruto de un problema de salud mental, sino siguiendo el mandato de una ideología, unos valores y unos principios que solo buscan la hegemonía del machismo, del racismo, la xenofobia, la aporofobia, la transfobia, la homofobia... de un mandato que deshumaniza, que selecciona quienes pueden vivir y quienes no importa que mueran si es para que el resto viva bien. 

Si queremos hablar de "locos" igual es buen momento para preocuparnos por cómo el olvido y violencia institucional hacia las personas neurodivergentes se está multiplicando en esta crisis sanitaria, social y económica de la COVID-19. Esto además de hablar de todo el sufrimiento y estrés que está provocando también en la salud mental de nuestros mayores, de los más jóvenes y de tantísima gente en cuyas vidas y cuerpos están implosionando las secuelas de la enfermedad, la muerte, la precariedad, el aislamiento, la soledad, las violencias, la incertidumbre y el miedo.