jueves, 29 de noviembre de 2018

Winnie the Pooh no miente

Foto: The British Foreign and Commonwealth Office
Lo que sucedió con Winnie the Pooh el pasado miércoles no tiene nada de gracioso ni de exótico. La censura no es una broma y cuando la policía secreta le pide a un hombre disfrazado de Winnie the Pooh que se retire del espacio público para “no molestar a los chinos” estamos ante un acto de censura política, ante un uso abusivo de la posición de poder para controlar y limitar la libertad de expresión de una persona que con sus actos y/o palabras puede molestar, ofender o criticar a quien ocupa el Poder. La Policía Nacional sabe lo delicado de lo sucedido, de ahí su empeño en dar otra versión de los hechos, una que saque a relucir lo importante que es velar por la “seguridad” e identificar a todas aquellas personas que, disfrazadas y con la cara tapada, pudieran haber supuesto una amenaza potencial a la integridad de Xi Jinping. Niegan las fuentes policiales que se diera instrucciones en ningún momento para sacar a nadie de la plaza porque saben, efectivamente, que de haberlo hecho estaríamos ante una actuación de suma gravedad. Por tanto, o miente Winnie the Pooth o la policía española no reconoce la verdad. 

Lo que sí es verdad es que la presencia del personaje infantil en la Puerta del Sol suponía una amenaza potencial, pero no a nuestra seguridad, ni siquiera a la del presidente de China que estaba a punto de recibir las llaves de la ciudad de Madrid de manos de una sonriente Manuela Carmena. El peligro radicaba en estropear la cuidada escenografía que se estaba llevando a cabo por parte de todas las autoridades habidas y por haber. Un esfuerzo por halagar y agasajar que, a ojos de quienes defendemos los derechos humanos, resulta inmoral. Es público y notorio que el mandatario chino, más allá de carecer de todo sentido del humor, encabeza uno de los gobiernos que, de forma severa, restringe sistemáticamente los derechos y libertades de su pueblo precisamente con el pretexto de velar por la “seguridad nacional”. Algo que parece haber ignorado nuestra clase política e institucional al hacer gala de una hipocresía difícil de digerir sobre todo cuando viene de figuras significativas en el imaginario de la defensa de los derechos humanos, y estoy pensando en mi querida Manuela Carmena (no sé si se lo perdonará). 
Pero volviendo a nuestro personaje infantil, si este no miente y Winnie no un osito que suela mentir, ¿cómo se podría corroborar que la policía realmente quería vetar/censurar su presencia en un lugar público? Pues formulando algunas preguntas ahora que sabemos que el personaje de Winnie the Pooh es el verdadero paladín de la oposición china desde el año 2012. Por ejemplo, sería útil imaginar qué hubiera pasado si el hombre que había debajo del disfraz, de origen extranjero, se hubiera negado a abandonar la plaza. Sería bueno preguntarse si realmente tenía elección o si de no haberse quitado de en medio le habrían tenido que “forzar” a hacerlo. ¿Habrían detenido a Winnie the Pooh? ¿o sabían que ya bastaba con ese “trabajo de identificación”? Esto último posiblemente. No hay nada más efectivo ni coercitivo que recordarle a una persona migrante que busca ganarse la vida cuál es su posición en nuestra sociedad española si no quiere problemas con la autoridad: callar, agradecer y obedecer. Una versión adaptada y limitada de “libertad de expresión” que nunca falla ni molesta al Poder ni a quienes velan por él. 
Pero pensándolo bien, pasadas las risas de la escena surrealista, el que un disfraz casero de un osito de ficción puede llegar a ofender a un curtido gobernante como para que la Policía Nacional tenga que intervenir y sacar a un hombre disfrazado de su lugar de trabajo, nos debería sobrecoger. Sobre todo cuando nuestros propios gobernantes y empresarios parecían correr por firmar acuerdos y hacer negocios con él. El sobrecogimiento sería espanto si supiéramos el impacto medioambiental, humanitario y social que suelen tener los negocios que se hacen con China y como estos sustanciosos contratos llevan implícita una cláusula no escrita de fiel pleitesía. Lo hemos visto con Winnie the Pooh, por ridícula e inofensiva que parezca, si quien paga es quien manda y a quien se obedece sin hacerse preguntas de más, a eso se le llama “banalidad del mal”.