martes, 27 de febrero de 2018

De Purísima no tiene nada ese infame lugar

Foto: Violeta Assiego
La primera vez que le oí reconocer que más de la mitad de los niños, casi doscientos, dormían en el suelo o compartían cama con otros niños, no me lo podía creer. Me parecía inaudito que el propio Consejero de Bienestar Social de Melilla, responsable último y principal de que se brinde un trato digno a los menores de edad que están bajo su tutela, reconociera pública y desenfadadamente que esas eran las condiciones de vida de un centro de protección español (que no de internamiento como se ha venido diciendo). Lo que para él era (y es) lo más normal, a mi juicio era (y es) un trato injusto, inhumano y degradante.

Un chico internado en el Centro de la Purísima / Foto: Isabel Diez Velasco
Un chico internado en el Centro de la Purísima / Foto: Isabel Diez Velasco
Ante el denominado fenómeno de los “menores extranjeros no acompañados” que lleva produciéndose en Melilla desde finales de los noventa (ni más más ni menos), no hay soluciones integrales ni estructurales. Las ideas que surgen suelen ser tan peregrinas como indignas. Entre estas se encuentra la que en alguna ocasión ha comentado el propio Consejero de Bienestar Social de que sean los propios niños -como parte de los cursos de formación de carpintería y soldadura que escasamente se les ofertan- los que hagan las estructuras de las camas. A cambio, además de tener un espacio donde dormir, obtendrían un certificado de haber realizado esta actividad ocupacional. Aquello no debió resultar.
Las condiciones de hacinamiento en La Purísima siguen existiendo y el que más de trescientos niños, de entre 8 y 17 años, viven y duerman en condiciones lamentables nos lo acaba de contar La Sexta con imágenes en exclusiva desde el interior del propio Centro.
Soy de las pocas “afortunadas” que ha tenido la oportunidad de visitar personalmente y de forma guiada (es decir, sesgada) ese lugar. He podido hablar con uno de sus coordinadores y con el propio Consejero de Bienestar Social sobre la situación de los niños extranjeros no acompañados de Melilla. De aquella visita y esas entrevistas resultó un informe que no gustó institucionalmente. Desconozco qué esperaban. Nos limitamos a transcribir las entrevistas que realizamos y redactar el informe y sus conclusiones desde un enfoque de los derechos de la infancia y adolescencia en el marco normativo español e internacional.
En la visita pudimos comprobar que aquel espacio, efectivamente (tal y como venían denunciando Prodein y Hárraga) es el último lugar al que se debería llevar a cualquier niño, da igual su nacionalidad. Este centro es un antiguo cuartel militar que apenas ha sido reformado y adaptado a su nueva finalidad, de hecho hay zonas de dudosa estabilidad estructural. Un “Todo por la Patria” preside -junto con el símbolo preconstitucional- la puerta de uno de los cinco módulos, el de primera acogida. Esta es la bienvenida que el Reino de España les da a los niños solos que cruzan nuestra frontera. Un primer mensaje muy alejado del espíritu educativo que inspira la “Ley de Protección jurídica del Menor” que ampara y debe aplicarse a estos niños. Un contexto de inclusa no apto para niños en la Europa del siglo XXI.
Centro de La Purísima / Foto VA
Centro de La Purísima / Foto VA
Este Centro es, por donde está ubicado, parte del vertedero de la ciudad (otro mensaje nada subliminar). Se sitúa en la periferia. En medio de un descampado que sirve de basurero y de escondite a los adultos a los que les gusta asustar, acosar y abusar de los niños. Si estos quieren acercarse a la ciudad, tienen que atravesar ese siniestro lugar siguiendo la carretera durante algo menos de una hora. No hay ningún medio de transporte público que les facilite ir y venir. Sea cuál sea su edad, si quieren moverse libremente, tienen que pasar por ahí. El centro está abierto hasta las 12 de la noche, hora en la que se cierran las puertas y se hace recuento. El que no haya llegado no solo se queda fuera sino que se le da de baja y nadie se preocupa al día siguiente de saber dónde ni cómo está. Los propios responsables de La Purísima dan por hecho que los niños no se van a querer quedar, así que les parece de lo más razonable que abandonen aquel infame lugar., que no regresen.
Cualquiera que haya trabajado con chavales y se crea los principios más elementales de la intervención socioeducativa, sabe perfectamente que si a un niño le das cariño, un espacio acogedor, referencias educativas, juego, protección y un horizonte hacia el que caminar… ese niño se vincula al espacio y al proyecto educativo que se le ofrece. Da igual que sea extranjero o nacional. En cambio, si el niño siente que no le van a cuidar ni a respetar, huirá hacia aquello que sienta que le puede dar seguridad. Lo menos que se espera de un centro de protección como el de La Purísima que lleva décadas trabajando única y exclusivamente con el perfil de chavales extranjeros no acompañados es que dentro de su propuesta educativa no contemplen estas variables para ofrecer a los niños algo más que el camino hacia las escolleras del puerto.
Desde hace años, las 180 plazas de La Purísima se quedan muy escasas. No es puntual ni ocasional que se obligue a los niños a dormir en colchones en el suelo y a compartir camas en alguno de los cinco módulos que existen. Es importante a tal efecto señalar que en cada uno de estos cinco espacios no se les separa por edades porque, según el responsable de La Purísima, el goteo en la llegada de niños les impide organizarse de una forma homogénea a edades y circunstancias personales. Tampoco, según nos confirmó, existe un proyecto de intervención en cada uno de los módulos para organizar la convivencia de forma educativa. Sencillamente, se improvisa. Y cuando los niños llegan en malas condiciones por haber estado escondidos en la basura, en las escolleras o en los camiones lo que se hace es… “meterles en la ducha”. No existe un procedimiento de primera acogida que tenga en cuenta las necesidades personales y físicas de estos niños. Simplemente, en el mejor de los casos, se les almacena donde haya un hueco
Hay en la sociedad melillense la creencia arraigada de que son los menores los que abandonan voluntariamente La Purísima. Declaraciones como las del Consejero de Bienestar y el propio Presidente de la ciudad, que estigmatizan a los niños y les tachan de drogadictos y marginales, alimentan esa creencia. Sin embargo, los niños que huyen del Centro mencionan amenazas y malos tratos dentro. Si prefieren las escolleras del puerto a La Purísima es porque en este lugar no encuentran ni respeto ni protección, y mucho menos las alternativas que les debe brindar por ley el sistema de protección (escolarización, tarjeta sanitaria, tramitación de la documentación, alternativas de ocio, acompañamiento educativo, salubridad en los espacios, etc.)
Habrá quienes piensen que es bueno que haya saltado la noticia del hacinamiento de La Purísima. Lo es si se toman medidas para erradicar un modelo de trato cruel, inhumano y degradante que antes de la inversión económica necesita de una inversión de humanidad. Me preocupa que eso no suceda y que toda esta trascendencia pública exponga más a los chavales. Que este hecho probado haga que aumenten las redadas policiales, que suba el tono hostil de los máximos representantes públicos, que sigan sin investigarse los abusos que se dan dentro y fuera del centro, que se refuerce la impunidad de “los hombres del saco” y que en vez de invertir en camas se paguen concertinas. Los niños extranjeros que vienen solos a nuestro país son titulares de derechos no sólo titulares de prensa, y se merecen un respeto, se merecen que se haga justicia y que se barra de Melilla todo aquello que para ellos es una auténtica pesadilla. Basta ya.